CABRERO
Mermado en carnes, curtido por ventiscas y por soles
y su lanza espetada en la ladera;
alrededor el ganado con su prole
entre malvas, cerrillos y tederas.
«Serenado» de noches de intemperie,
eterno itinerante de un caminar sin huellas,
es una especie aparte; el único en su serie
que tiene un techo fijo de cúpula de estrellas.
Tras un frugal almuerzo de gofio de cebada
de su zurrón al hombro, junto al berdino amigo
él tiene dulces sueños de cabras encantadas…
no sabe de libranzas, días santos ni festivos.
Las ve en un río de leche; va en cántaras guardando
la más preciada esencia de ubres prodigiosas;
el oro limpio y blanco, en queso transformado
el cuajo… y su mujer con manos primorosas.
Las llama por su nombre: morisca, molinera, …
las silba y vienen prestas al ancestral reclamo;
aprecia en hierba llenos manchones y praderas
en vez del agostado terreno de secano.
Cabrero de mis sures…, permíteme también
dispensar a tu persona mi homenaje;
levanto aquí en mi copa el beletén
deseando que puedas mantener
por los siglos de los siglos, tu linaje.
Y así dejar prendido tu bagaje
en los canarios y en sus generaciones:
sufrido y firme, de humilde proceder,
independiente, honesto, ilusionado ser
y un enemigo de las lamentaciones.
D. Teófilo Bello