Patrimonio y Arte – Horno de Teja


PATRIMONIO Y ARTE

Horno de Teja.

    Actualmente, el único horno de teja que se conserva en perfectas condiciones, después de su reconstrucción en 1993, es el horno de La Hoya, situado éste al lado derecho de la carretera que va desde El Roque a Aldea Blanca. El horno de teja de La Hoya fue construido a finales del siglo XIX, principios del XX, por D. Andrés Delgado Marrero, correspondiéndose al tipo de doble cámara, comunmente utilizado en la isla. Su altura supera los 4 metros y sus paredes sobrepasan los 75 cm. de ancho. Su interior es de piedra muerta recubierta con el mismo barro que se utilizaba para la elaboración de la teja. La parte externa está confeccionada con la misma clase de piedra y con tosca; asimismo, las piedras labradas (o escogidas) sólo se utilizaban en la boca del horno o para los bordes.

    La cámara baja tiene poco más de 1 metro de alto. La utilidad de la misma estaba descrita para la colocación de la leña que se necesitaba para la cocción de las tejas, además de cumplir la misión de aguantar el peso de las mismas (unos 3.000 kg.) La cámara alta tiene una altura de 3″™25 metros  y su anchura decrece ligeramente en su parte más alta, donde presenta un diámetro de 2″™50 metros. Por su parte norte se localiza una abertura a la que se denomina puerta, bordeada ésta por piedras labradas de la caracterí­stica «tosca blanca». Paralela a la creación del horno surge la figura del tejero; éste ejecutaba su trabajo principalmente en la época de verano, por aquello de aprovechar las altas temperaturas.

    El barro se recogí­a en las laderas que iban desde La Hoya hasta El Mantible; se trataba de un barro fuerte y pegajoso que al unirse con el agua creaban la mezcla perfecta para la elaboración de la teja. Se moldeaba, se cortaba y se tendí­a y una vez que ésta estuviera fresca la mano mojada del hombre se encargaba de marcar, en el extremo terminal más ancho de la teja, la huella de sus tres dedos. La función de estas marcas era bastante lógica: impedir que se desplazara una vez colocada boca arriba sobre la techumbre de la casa.

    Caminando por el interior, uno de los hombres era el encargado de ir poniendo camada sobre camada, hasta llegar a lo más alto. Afuera, hombres y mujeres sobre una escalera, se pasaban las tejas de mano en mano hasta llegar al corazón del horno. Se quemaban balos, magarzas, cardones… y el calor comenzaba a subir por entre las tejas, estando casi un dí­a sobre el fuego hasta su completa cocción. Y si un dí­a tardaban en quemarse, una semana se esperaba para que enfriaran. A partir de ahí­, metidas en cajones cargados por camellos comenzaba la distribución de la teja.